martes, 14 de diciembre de 2010

Sobre 'Territorio comanche'

TAN REAL, AMARGO Y DULCE COMO LA VIDA

Título: Territorio comanche
Autor: Arturo Pérez-Reverte
Editorial: Alfaguara
Primera edición: 1997

Cuando aparecen por televisión imágenes de guerra, de esas en las que los heridos gimen, los muertos se amontonan y las ruinas son el reflejo de la miseria y la bajeza que dan cuerpo a tales conflictos, raramente nos detenemos a reflexionar sobre la gravedad de lo que nuestras pupilas han captado. El pellizco en el estómago que en su día pudieron causarnos este tipo de grabaciones con el tiempo se ha ido difuminando en silencio hasta hacerse insignificante y carecer de algún tipo de valor. Así, instantes después olvidaremos el minuto y medio de aquél horrible escenario para opinar sobre el conjunto que luce la rubia modelo del anuncio de El Corte Inglés que se ha hecho hueco en medio del telediario. 
Pues bien, Territorio comanche es la otra cara de la moneda. No se trata de relatos de guerra ni de descripciones de batallas como pudiera creer el lector previamente al paseo por sus páginas. Es una pequeña aportación al reconocimiento que merecen los reporteros de guerra  y que, sin embargo, pocas veces se les brinda. Un tributo al incansable esfuerzo de los periodistas que se arriesgan para aportarnos las imágenes que posteriormente consumiremos con la total indiferencia desde nuestro sofá.
De la mano de los protagonistas Barles, álter ego del autor, y el entrañable cámara Márquez, el lector atiende a experiencias con las que se pueden encontrar los reporteros en su persecución tras el mejor testimonio que puedan ofrecer. Arturo Pérez-Reverte valiéndose de sencillez, sinceridad, una aplastante ironía y esquivando los rodeos y los tapujos, desnuda la realidad que viven o, mejor dicho, en la que sobreviven actualmente los enviados a escenarios bélicos.
Mientras al resto nos cuesta más dormir por las representaciones que circulan por nuestra mente de la última película de terror que fuimos a ver al cine que por los escalofriantes sucesos reales que conocemos diariamente en el telenoticias, estos silenciosos atrevidos no conciliaran el sueño hasta conseguir la toma que tanto ansían.
El reportero presenciará escenas más difíciles de creer que lo que ya sabemos que es ficción. En el periodismo hay vida y hay muerte, existe la felicidad y en demasiadas ocasiones azota también la tragedia. El periodismo es pureza y humanidad, es la propia realidad; no se trata de un trabajo sino de un estilo de vida. Ellos han elegido esta vida o ha sido ésta quien ha elegido a ellos pero, lo cierto es que como si de imanes se tratase en dichos ‘elegidos’ se despierta la necesidad de moverse hasta el ojo del huracán para contar qué se siente cuando eres uno de los objetos que agita y arrasa a su paso. No son superhéroes, no van a cambiar el mundo, pero está claro que están hechos de otra pasta.
Siempre estará presente la polémica que rodea a los periodistas que trabajan en el foco de las catástrofes respecto a su ética y su moral. Personalmente, confío en que más allá de la realización personal (como la que muestra en el libro el personaje Márquez ‘sonriendo de oreja a oreja’ (pág. 133) mientras grababa la demolición del puente de Bijelo Polje) siempre prevalece la solidaridad. Pero, en definitiva y dejando al margen los posibles debates, cualquier persona que ame el verdadero periodismo debe conmoverse y sentir admiración por aquellos valientes que anteponen su labor a su vida y que dignifican esta apasionante profesión.
Tan real, amargo y dulce como la vida… Sí, hablo del periodismo.